domingo, 13 de diciembre de 2009

IMPORTANTE!!!! CAMBIÒ LA HORA DE LA CLASE DE APOYO

SEGUNDA CLASE DE APOYO: 18-12 A LAS 13 HORAS

"El enamorado y la muerte" Romance anónimo

Un sueño soñaba anoche,
Soñito del alma mía,
Soñaba con mis amores
Que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca
Muy más que la nieve fría.
- ¿Por dónde has entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas,
Ventanas y celosías.
- No soy el amor, amante:
la Muerte que Dios te envía.
- ¡Ay, Muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!
Un día no puede ser,
una hora tienes de vida.
Muy de prisa se calzaba,
Más de prisa se vestía;
Ya se va para la calle,
en donde su amor vivía.
- Ábreme la puerta, Blanca,
ábreme la puerta niña.
- ¿Cómo te podré yo abrir
si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio
Mi madre no está dormida.
- Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando,
junto a tí, vida sería.
- Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare
mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe;
La Muerte que allí venía:
- Vamos, el enamorado,
que la hora ya está cumplida.

Gustavo Adolfo Bécquer Rima III

Sacudimiento extraño
que agita las ideas,
como huracán que empuja
las olas en tropel.

Murmullo que en el alma
se eleva y va creciendo
como volcán que sordo
anuncia que va a arder.

Deformes siluetas
de seres imposibles;
paisajes que aparecen
como al través de un tul.

Colores que fundiéndose
remedan en el aire
los átomos del iris
que nadan en la luz.

Ideas sin palabras,
palabras sin sentido;
cadencias que no tienen
ni ritmo ni compás.

Memorias y deseos
de cosas que no existen;
accesos de alegría,
impulsos de llorar.

Actividad nerviosa
que no halla en qué emplearse;
sin riendas que le guíen,
caballo volador.

Locura que el espíritu
exalta y desfallece,
embriaguez divina
del genio creador...
Tal es la inspiración.

Gigante voz que el caos
ordena en el cerebro
y entre las sombras hace
la luz aparecer.

Brillante rienda de oro
que poderosa enfrena
de la exaltada mente
el volador corcel.

Hilo de luz que en haces
los pensamientos ata;
sol que las nubes rompe
y toca en el zenít.

Inteligente mano
que en un collar de perlas
consigue las indóciles
palabras reunir.

Armonioso ritmo
que con cadencia y número
las fugitivas notas
encierra en el compás.

Cincel que el bloque muerde
la estatua modelando,
y la belleza plástica
añade a la ideal.

Atmósfera en que giran
con orden las ideas,
cual átomos que agrupa
recóndita atracción.

Raudal en cuyas ondas
su sed la fiebre apaga,
oasis que al espíritu
devuelve su vigor...
Tal es nuestra razón.

Con ambas siempre en lucha
y de ambas vencedor,
tan sólo al genio es dado
a un yugo atar las dos.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Definición de Tragedia

La Tragedia

Aristóteles expresa en su “Poética”que la tragedia es "imitación de una acción de carácter elevado y completa. Dotada de cierta extensión, en un lenguaje agradable, llena de belleza [ ... ], imitación que ha sido hecha o lo es por personajes en acción y no por medio de una narración, la cual, moviendo a compasión o temor, obra en el espec­tador la purificación propia de estos estados emotivos".

Este efecto de "purificación" en el espectador se conoce con el nombre de "catarsis" y ése es el fin, la intencio­nalidad de la tragedia clásica.

El teatro clásico griego es un teatro cívico: está al servicio de intereses defendidos por la ciudad. Por esto. es un teatro que ejerce una fuerte intención didáctica. El terror despertado por la tragedia debía enseñar a los ciuda­danos las consecuencias fatales de actuar insensatamente, sin razón, sin equilibrio, o queriendo resolver los con­flictos de la ciudad sin atender los consejos de los otros.

Así como la epopeya es el género de los padres, es decir, de la clase social aristocrática ligada a la tierra. La tra­gedia es un género típicamente ciudadano ("político"), ligado a la clase social de los comerciantes y a sus institu­ciones "democráticas" asociadas. No hay que olvidar que el siglo clásico griego, el de Pericles, es el de la polis, el de los ciudadanos

Componentes de la tragedia

Aristóteles distingue los siguientes elementos en la tragedia:

ü Un mito: en el sentido de "historia" o "anécdota", a través del cual se imita una acción completa capaz de producir temor o compasión.

ü Los caracteres: definidos a partir de la acción de los personajes (son según lo que hacen); ponen de manrnesto sus elecciones responsables.

ü Elocución: es la palabra de l~s personajes y la construcción de los versos

ü Ideología: se pone de manifiesto en lo que los personajes declaran cuando alcanzan un saber, considerado lícito y adecuado.

ü Espectáculo: implica la acción en movimiento. V

ü Canto o música.

Además. la tragedia se estructura sobre los ejes de la peripecia, giro de la ac­ción en un sentido contrario al que se presentaba hasta entonces, y del reconocimiento, que permite la transición de la ignorancia al conocimiento y que implica que el héroe pase de la felicidad a la desgracia o viceversa. La ruptura del origen del mundo recibía el nombre de Hybris y representaba el comienzo del conflicto trágico, ya que el héroe debería cumplir con un destino inexorable.

Fuente: Literatura Universal. Santillana. 1999. pag 18

jueves, 27 de agosto de 2009

BODAS DE SANGRE DE FEDERICO GARCÍA LORCA

http://www.vicentellop.com/TEXTOS/lorca/bodasdesangre.pdf

Estimados alumnos:
Sigan este link y encontrarán el texto completo que trabajaremos en clase.
Saludos

miércoles, 8 de julio de 2009

Pagar el pato (Tango para dos) de Dino Armas

“PAGAR EL PATO” (TANGO PARA DOS)
OMAR
ROMA
HOMBRE 1
HOMBRE 2
MUJER RUBIA

“El amor y el odio, el bien y el mal viven lado a lado en el corazón humano, y no simplemente en proporciones diferentes en un hombre y en el siguiente, sino todo el bien y todo el mal. Uno tan sólo tiene que mirar un poco a cualquiera de ellos para descubrir su totalidad, y entonces lo único que tiene que hacer es rascar la superficie. Todas las cosas tienen sus opuestos, cada decisión una razón en contra, cada animal otro animal que lo destruye... Nada puede existir sin su opuesto estrechamente ligado... cada uno es lo que el otro ha elegido no ser, el yo rechazado, que cree que odia pero que quizá en realidad ama... es una dualidad lo que permea la naturaleza... dos personas en cada individuo. Hay una persona opuesta a ti, como tu parte invisible, en algún lugar del mundo, y aguarda al acecho.” (Patricia Highsmith, “Extraños en el tren”)

(Un espacio vacío. Se oye un tango en un solo de bandoneón. Dos hombres van colocando la utilería y los pocos muebles que se necesitan. Salen. Reaparecen cargando una figura envuelta en arpillera. Mujer Rubia mira desde lejos. Los hombres dejan en el suelo a la figura envuelta. Se alejan hacia el fondo. Mujer Rubia se acerca. Deja un bolso junto a la figura. Se agacha. Tira de la tela. La desenvuelve. Se ve a Roma. Ella y Mujer Rubia se miran reconociéndose. Las dos llevan la mano al rostro. De adentro se oyen la tos y el aliento de Omar en un violento ataque de asma. Roma se tiende en el suelo. Mujer Rubia se retira al fondo. El ataque de asma y el bandoneón van en aumento hasta llegar a un sonido muy fuerte que se corta de golpe. En el brusco silencia Mujer Rubia y los hombres hacen mutis entre las sombras. Entra Omar pasándose un pañuelo por la boca. Se detiene. Mira a Roma. Avanza lentamente. La rodea. Ella no se mueve. El -siempre mirándola enciende un cigarrillo. Tiene un corto amago de tos. Lanza el humo. Mueve el bolso con su pie empujándolo hacia Roma.)

OMAR- (bajo) Eh... bella durmiente. Llegó tu príncipe. Vamos. Movete. ¿Te estás haciendo la dormida? (se agacha junto a ella. Estira su mano. La toca. Roma se mueve
hacia atrás apoyándose en las manos para desplazarse. Mantiene la cabeza baja.
El pelo le cubre el rostro.) Te di bastante tiempo para pensar. ¿Se te pasó la locura de rajarte o seguís en lo mismo? (ella mira hacia otro lado.) ¿Estás en la onda de no hablar? ¿De no contestar? (se para. Tono más mundano) Bueno... qué se le va a hacer. Lástima. Y yo que me levanté con ganas de hablar. ¿Dormiste anoche? ¿o pasaste en vela como yo? Nunca me había pasado algo así. Sabía que te tenía en mi casa, que estabas al lado de mi cuarto... pero, de repente, me sobresaltaba y tenía que venir para asegurarme que
seguías aquí. ¿Vos no me oíste? Estuve varias veces. Me quedé ahí atrás. Hasta parecía que no respirabas. No hacías ruido. Tampoco yo. Como gatos; los dos. Como esos gatos que salen en medio de la noche más oscura y que conocen -sin mirar- cada ”aujero”, cada piedra del camino y los esquivan con habilidad... Ni los truenos te hacían cambiar de posición. Era raro verte cuando te iluminaban los relámpagos. De repente quedabas toda azul. A veces, violeta. Y tu cuerpo tan quieto, tan pálido a la luz de esos relámpagos que no paraban. La lluvia tapaba tu respiración y el ruido de mis pies de gato en vela. Volvía a mi cuarto. Cerraba los ojos. Y ahí, atrás de los ojos cerrados, estabas vos iluminada por los relámpagos violetas. Y yo, en mi cama dando vueltas, viéndote sin ver, pensándote. Tanto que me decía: pensá en otra cosa. Y no podía. Vos ibas y venías en mi mente como si estuvieras arriba de una calesita que daba vueltas
a lo loco. A veces pasando muy rápido. Otras tan lentamente que me hacía doler la cabeza. Quería no verte pero no te ibas. Seguía pensándote. Pero no en hoy. Te imaginaba en mañana, en pasado mañana, en el futuro que tengo para vos. Un futuro lindo, distinto. ¿Querés que te los cuente? ( ella se separa más.) ¿No te interesa
saberlo? (pequeña pausa.) ¿La tormenta te dejó muda? ¿Es el susto que no te deja hablar? ¿Es por mí? ¿Soy yo? ¿Me tenés miedo? (la toma de un brazo. Ella lo deja hacer. Lo mira.) No, vos no tenés miedo. Mirás. Solo mirás. Ni un ruido. Ni una palabra. Ni un grito. ¿Y si te quemo con esto? (le acerca el cigarrillo a la cara. Ella ahoga un gemido y se suelta.) Te quejás. Entonces, por suerte, no estás muda. Porque para lo que yo te quiero la labia es fundamental. No te iba a quemar con el cigarrillo... (lo tira y lo apaga con el pie.) Por lo menos por ahora. Desde que te vi supe que tenías pasta. Me vas a servir. Y si sos viva, como creo que sos, te va a servir a vos también.
Mirá si te consideraré inteligente que, al levantarme, abrí todo. No dejé nada cerrado. Por si no me crees. (tira, al lado de ella, un manojo de llaves.) Si querés te podés ir. Volvé a donde estabas. A dormir apilada con seis o más personas. Acá vas a tener un lugar para vos sola, un baño con termofón, comida... ¿Querés comer algo ahora? Pedí lo que quieras. Eso sí, con moderación. Esto no es un restorán de lujo. A lo mejor querés una fruta o un alfajor. Pedí y después se verá. (ella no dice nada.) ¿Por qué no la hacés más fácil? ¿No ves que el estar aquí conmigo es lo mejor que te pudo pasar? Está en vos que la cosa camine. Mirá que si quiero puedo hacértela pasar mal; muy mal. Pero no quiero llegar a eso. ¿Para qué? Si hablando la gente puede entenderse. No somos animales. No me podés fallar. Yo te elegí y yo no elijo a cualquiera. Tomo a los que
sirven. Parecidas a vos vienen por docenas a golpear la puerta y yo les doy salida. Así como llegan se tienen que ir. Jóvenes, viejos, mujeres con chiquilines en brazos. Todos se mueren porque los atienda. Así como me ves, yo, soy muy importante. Saben que
conmigo pueden llegar a algo. Yo los miro y sé si sirven o no. Podrán tener voluntad o ganas de hacer las cosas bien pero tienen que tener algo. Un no sé qué. Y vos lo tenés. (ella lo mira. Él le levanta con cuidado el pelo. Roma aparta la cabeza.) Suave. No te
voy a pegar. Quiero mirarte bien de cerca. Tantas semanas viéndote de lejos. Cuando te descubrí vos estabas corriendo por la cantera. Jugando con un perro en medio de la basura. Vos corrías y el perro te seguía ladrando y saltando. Te reías y dabas vueltas como bailando. Y yo, ahí, te miraba sin que te dieras cuenta. En tu baile girabas. Y tu cara, de un lado, estaba perfecta. Pero cuando dabas vuelta; la marca esa, te cambiaba toda. Te hacía parecer otra persona. (ella se tapa la parte de la cara a la que él se refiere.) Yo estaba bastante lejos pero había algo que me llamaba la atención. ¿Sería un reflejo del sol? ¿Una sombra de los árboles? Me arrimé más y me dio un vuelco el corazón. Era una cicatriz perfecta. Desde ese día soñé con verla de cerca, con poder tocarla. (muy bajo. En otro tono. Adelantando su mano.) ¿Puedo…? ¿Me dejás…? (Roma no se mueve. Se miran. Omar -con mucho cuidado- aparta la mano de ella y el público, y él, pueden ver la cicatriz. Omar todavía no la toca. Extiende su mano. En el silencio se oye el respirar de los dos. El del hombre más agitado. Omar -con la yema de sus dedos- recorre la cicatriz.) Hum... es suave... ¿Te duele? (ella niega) Es perfecta; sí.
Mal cosida. Desprolija. Como hecha a las apuradas. ¿Qué carnicero
te la arregló? ¿Dónde...?
ROMA - (muy bajo. Apenas si se la oye.) En un hospital... No se cuál... yo
era muy chica... lo único que me acuerdo es de unas paredes muy viejas y del olor a alcohol que me hizo vomitar... ¿Todos los hospitales son iguales, no?
OMAR - Sí. Como las cárceles, como las iglesias. Son todas iguales. Hasta las
personas tienen las mismas caras y los mismos olores. Así sean curas, carceleros, monjas, presos o fieles.¿ A qué tu doctor tenía lentes, era casi pelado y trataba de hacerse el simpático?
ROMA - No sé... yo estaba en la camilla y por más que doblaba la cabeza no podía ver donde terminaban aquellas paredes... nunca se lo conté a nadie. Bueno; nadie me lo preguntó tampoco. El doctor me dijo que cuando creciera la cicatriz se me iba a borrar. Y yo le creí. ¿Para qué iba a mentirme? Todos los días, no bien me despertaba, iba
corriendo hasta el espejo. Iba con los ojos cerrados y me decía: hoy no va a estar la cicatriz, se me borró de noche... y cuando abría los ojos la veía ahí, igual que todas las mañanas. Sólo fue cambiando de color. Después dejé de mirarme. Con tocarme nada más ya sabía que seguía allí. Cuando llueve, o hay mal tiempo, se vuelve rosada...
a veces muy roja... depende... ¿Cómo está ahora?
OMAR - Rosada... Rosada... Suerte no se te fue. Sin esa cicatriz serías una más del montón. Es eso lo que te hace distinta, diferente; importante para mí. Tuve rengos, mancos, tuertas y hasta jorobados pero nadie con una cicatriz así. Nunca. Vas a ser un éxito.
ROMA - Un éxito... ¿yo?
OMAR - Palabra de honor. Te lo juro.
ROMA - ¿Cómo llegué hasta aquí? No me acuerdo.
OMAR - Fue, digamos, como en un cuento de hadas. Te traje en mis brazos. Sos liviana como una pluma. Daba gusto sentirte respirar cerca de mi pecho. Ver las gotas de lluvia en tu pelo. Verlas correr por tus brazos, perderse en tu escote, mojándote la blusa...
ROMA - No me acuerdo de nada...
OMAR - Mejor.
ROMA - Yo quiero saber. En mi casa...
OMAR - Esta es tu casa ahora.
ROMA - ¿Dónde está mi madrina? ¿Ella va a venir?
OMAR - La vieja Flora debe estar contando la plata que le di por vos. Capaz que ya se la gastó en vino. A lo mejor la guardó en el colchón.
ROMA - ¿Ella hizo eso?
OMAR - ¿Qué cosa?
ROMA - ¿Ella me... vendió como usted dice?
OMAR - Hizo eso y mucho más. Colaboró con los preparativos. ( muestra un frasquito.) Te puso bastante de esto en la comida para que yo pudiera sacarte sin que hicieras escándalo. Por los vecinos, ¿sabés? Capaz que alguno le daba por ir con el cuento a los que te dije. ¿Y qué necesidad de meterse en problemas? ¿De andar explicando las
cosas si ya estábamos todos de acuerdo? Cuando estabas dormida
como piedra, entré y te saqué. Así fue. Fácil, ¿no?
ROMA - ( bajo) Ella decía que me quería como una madre...
OMAR - Bien dicen que los familiares son los peores. Pero mirá el lado bueno. La pobre se preocupó mucho. Quería que yo te llevase limpia. Hasta te pasó un trapito de alcohol por todo el cuerpo y te empapó con la colonia que usa para los casamientos y los velorios. Creo que en el fondo se alegró cuando me dejó llevarte.
ROMA - Cuando me vendió.
OMAR - No lo digas así. Suena feo. Digamos que, con tu madrina, hicimos una transación comercial. El que me parece que los sintió fue el viejo. Mientras pasó todo no dijo ni mus. Sólo miraba. Pero tenía los ojos brillosos y se quedó en un rincón sin hacer nada. Quieto. La vieja al revés. Era toda nervios y apuro. Si vieras con qué rapidez preparó tu bolso. Más rápida que un rayo fue guardando ropa, fotos, documentos, adornos... (levanta el bolso. Siempre irónico) bastante livianito. Demasiado. La verdad es que no nadabas en la abundancia...
ROMA - Conociendo el paño no sé cómo mandó algo. Podía haberse
quedado con todo. Se perdió de venderlo en la feria .
OMAR - Lo mismo le dije yo. No pierda tiempo, doña, guardando esas porquerías. Ropa le voy a comprar. Nueva y de la mejor. Documentos no va a precisar. Tengo amigos que me los fabrican de primera. ¿Y fotos…? ¿Para qué quiere fotos? Las fotos atan a la gente a los recuerdos...
ROMA - ¿Y los chiquilines?
OMAR - ¿Tus primos?
ROMA - No son primos.
OMAR - Bueno, lo que sean. Ellos estaban como en una fiesta. Locos de la vida. Fijate sino: un tipo llega en medio de la noche, bien vestido y repartiendo plata y droga. Se mete en la casa y saca a la muchachita en brazos, entre los ladridos y aullidos de un perro que jodía como si estuviera loco o rabioso. Aparte del viejo -que no hizo nada- el que protestó, a su manera, fue el perro. Las patadas que se ligó. Tus primos -o lo que sean- lo curtieron a golpes. Y el perro nada. Siguió en la misma. Mientras ensillaron el caballo y sacaban el carro los aullidos del perro se debían sentir como a tres cuadras... Che... qué flaco el caballo. Flaco y viejo. Debe tener como mil años…
ROMA - (muy bajo.) Garufa...
OMAR - ¿Qué…?
ROMA - El caballo se llama Garufa. Mi madre se pasaba cantando ese tango.
Ella le puso así. Garufa... me gustaba darle pasto en la boca...
OMAR - Así que: arrastrada por un caballo más viejo que Matusalén, en un
carrito que parecía que a cada momento se iba a desarmar, tapada con “nailons” para que la lluvia no te empapara y acompañada por los gritos de los gurises y los aullidos del perro; llegaste a mi casa. Igual que en uno de esos cuentos para niños. Cenicienta o Blancanieves. ¿Cuál preferís?
ROMA - (se enfrenta a él. Irónica.) ¿Y usted vendría a ser mi príncipe azul?
OMAR - ¿Por qué no?
ROMA - No... es muy viejo.
OMAR - (al pie.) Vos no sos ninguna piba.
ROMA - Le molestó eso de viejo que le dije. ¿Puedo? (retándolo. Estira la
mano imitando el gesto anterior de él.) ¿Me deja? (pasa su mano por el
rostro de Omar.)
OMAR - ¿Qué hacés? (la toma por la muñeca) ¿Es un juego?
ROMA - No. (se suelta) Yo lo dejé hacer. Ahora me toca a mí. Quiero tocarle las arrugas... Estas; al lado de la boca, dicen que se ríe muy poco. Las de aquí (entre las cejas) que se enoja a menudo. Y las de la frente... tan largas... cuentan que -seguramente- estuvo preso...
OMAR - (apartándose.) ¿Estás de viva o qué?
ROMA - Acerté; ¿no es cierto?
OMAR - ¿Qué te importa a vos si estuve, o no, preso?
ROMA - ¿Fue por matar o por robar?
OMAR - Tal vez por las dos cosas...
ROMA - Son arrugas de ratero de poca monta no de ladrón de alto vuelo. (enumera.) Arrebato de carteras, pungas en los ómnibus; a lo mejor ladrón de caballos o gallinas.
OMAR - No te pases al patio. Vos no sabés con quién te estás metiendo.
ROMA - Capaz que con el destripador...
OMAR - No te hagas la viva conmigo. Me avisó tu madrina y yo no le di importancia. Creí que eran cosas de vieja.
ROMA - ¿Qué le dijo esa alcahueta; buena para nada?
OMAR - ¿Tan rápido cambió la vieja Flora para vos? Recién era una madrecita y ahora es una alcahueta buena para...
ROMA - (cortándolo.) ¿Qué le dijo ella?
OMAR - Que te dabas muchos aires. Que tenés la cabeza llena de papelitos.
ROMA - Ah... era eso.
OMAR - ¿Qué pensabas? ¿Que ella estaba deseando que te fueras porque estaba celosa de vos? ¿Que al viejo se le caía la baba cada vez que te desvestías para dormir?
ROMA - Estás inventando.
OMAR - Puede ser. Pero la vieja Flora no paraba de hablar. Era como una matraca. Me dijo tantas cosas que estaba deseando irme. ¿Sabés leer y escribir?
ROMA - ¿Qué? ¿Me quiere para secretaria?
OMAR - ¿Es un chiste? Si lo es; es bastante malo. Conmigo de algo podés quedarte tranquila: yo no te voy a mentir.
ROMA - ¿Entonces puedo preguntar?
OMAR - Lo que quieras.
ROMA - ¿Por qué me trajo a la fuerza?
OMAR - Primer error. No te traje a la fuerza. Ya te dije que dormías. A lo mejor todavía no te despertaste. Y esto es un sueño. Uno que empezó en tu casa y que todavía no terminó. Capaz que estar despierta es vivir con la vieja Flora, con los gurises de mal olor, con las miradas del viejo...
ROMA – Si no fue a la fuerza tampoco fue con mi consentimiento. A mí nadie me preguntó nada.
OMAR - Le pregunté a los otros. Y te pusieron un precio. Te llamaría la atención saber que lo poco que pagué. Una de dos; o no saben lo que es la plata o no te valoraban mucho que digamos.
ROMA - ¿Y si hubieran pedido más plata? ¿Usted…?
OMAR - ¿Yo qué?
ROMA - ¿La hubiese pagado?
OMAR - Claro. Aunque hubiera pedido una rebaja. De hecho la pedí y me
saliste menos todavía.
ROMA - (casi dolorida) ¿Y rebaja por qué?
OMAR - Por la calidad de la mercadería. Ellos me decían: es joven, es fuerte.
Y yo les largaba ¿y la cicatriz? ¿Y ese pelo descuidado? ¿Y las manos ásperas y curtidas? A cada cosa que decía más barata me salías. Si sigo media hora más; te saco gratis. ¿Sigo? ¿O paro aquí?
ROMA - ¿Y entonces qué tengo de lindo para usted?
OMAR - (socarrón.) La cicatriz, el pelo descuidado, las manos ásperas...
ROMA - Se ríe de mí. Me dice lo mismo que antes.
OMAR - Es que me servís por eso.
ROMA - ¿Para qué me quiere?
OMAR - ¿Vos estás pensando que te traje para hacer el yiro, para ponerte a
changar?
ROMA - ¿Y no es para eso? (Omar niega. Pausa cortada donde se miran. Ella
emite una sonrisa.) Ahora me va a salir con que allá pidió mi mano a la madrina
y que –por miedo a que yo me negara- me durmió y después me dejó aquí… (…)
( toma el bolso. Camina) Me voy.
OMAR - (sin moverse.) ¿Sin saber para qué te traje? ¿Sin enterarte para qué me
tomé tanto trabajo? ¿No sos curiosa? Te lo cuento y después te vas. A lo mejor es algo que te conviene y vos lo dejás pasar...
ROMA - Le gusta dar vueltas y vueltas a las cosas. (encarándolo.) ¿Para que
estoy acá?
OMAR - Para trabajar.
ROMA - Para trabajar... Si no es para changar, debe ser de sirvienta. ¿Para qué
otra cosa sino? Allá era la sirvienta de todos. Hasta de los animales... del caballo, de los chanchos, del perro... Por eso tengo las manos curtidas. (agresiva.) No como las suyas. Tan finas que parecen de mujer. Tiene las uñas brillosas...
OMAR - ¿Lo notaste? Es uno de los lujos que me doy. Me gusta tener las uñas así.
ROMA - (con sorna) Mire que manicura no soy...
OMAR - (sin mirarla.) Te voy a hacer viajar...
ROMA - Ya sé. Me va a poner de contrabandista. ¿Cómo no me di cuenta
antes? Me manda traer bagayo de...
OMAR - No. Me hacés reír...
ROMA - Si no es contrabando es droga. Claro. Me hará tragar paquetitos y yo
los llevo en el estómago. Me va a tener que conseguir pasaporte con esos amigos suyos porque yo no tengo.
OMAR - Ves demasiada televisión. Contrabando, drogas, prostitución... cosas que están fuera de la ley. Que te pueden poner en cana tanto a vos como a mí. No, no. Mis negocios son limpios. Claros.
ROMA - (desarmada.) Pero... ¿no me dijo que yo iba a viajar?
OMAR - Sí pero vos, atropelladamente, ya estabas pensando en aviones, barcos y jets.
ROMA - ¿Y entonces; en qué van a ser los viajes?
OMAR - En ómnibus.
ROMA - ¿Qué…?
OMAR - En ómnibus. Y te necesito full time. Es un trabajo de todos los días.
El circuito está estudiado y probado. Nada de ir a Carrasco, Pocitos o Punta Carretas. No. Para triunfar hay que tocar otros puntos. El Cerro, Manga, Pando, La Teja...
ROMA - Usted está loco.
OMAR - Voy a empezar dándote el veinte por ciento. Si veo que marchás bien, como se debe, podemos llegar a un cincuenta y cincuenta. Mirá que no te estoy hablando de chirolas. Hablo de mucha guita. Conseguida sin deslomarse. Sin hacer nada contra la ley. Y si a eso le sumás casa, ropa y comida gratis; la loca serías vos por dejar pasar esta
oportunidad. Es como si te hubiesen tocado con una varita mágica.
ROMA - Una varita que va a convertir al sapo en una princesa...
OMAR - No. Equivocada. Para que el negocio marche el sapo tiene que quedarse en sapo. Si se vuelve princesa se pudre todo. Yo soy el cerebro y vos vas a ser mi instrumento. Vas a ser mi mejor creación. Mi mejor inversión. Vas a ser lo máximo que haya pisado los pasillos de los ómnibus… Yo sé de lo que te hablo. Y no digo vender; hablo de pedir. Vender, escuchame bien, vende cualquiera. No se precisa arte
para ofrecer revistas viejas, repasadores o alfajores. Si el producto es vistoso se vende solo. Pero para pedir se precisa talento, condiciones... y alguien que te enseñe, que sepa guiarte, prepararte...
ROMA - (con sonrisa incrédula.) ¿Así que me quiere para pedir en los ómnibus?
OMAR - Así es.
ROMA - ¿Y tuvo que dar tantas vueltas para decírmelo?
OMAR - Si te lo decía al principio te habrías ido.
ROMA - ¿Y ahora no?
OMAR - No. Ahora estoy seguro que no.
ROMA - ¿Y cuánto se puede ganar en los ómnibus?
OMAR - Más de lo que pensás. Más de lo que saca un bancario por mes. Más que cualquier empleado público. Eso sí; tenés que buscar el enganche con el público.
ROMA - ¿Qué público?
OMAR - La gente que va en los ómnibus. Ubicate. Seguime con el pensamiento. La cosa tiene su ciencia. La mayoría de los pasajeros van aburridos. Hartos de ver siempre el mismo paisaje. Están cansados, enojados con sus vidas siempre iguales, siempre grises. No aguantan a sus mujeres que los reciben con caras agrias, mal vestidas, transpiradas de tanto andar fregando y atrás de los hijos. De mal humor -ellas
también- por esos maridos que llegan del laburo, que apenas les hablan y se tiran, embobados frente al televisor. Toda esa gente cansada, aburrida, llena de rabia contenida, de deseos no consumados, viajando juntos pero separados. Cada uno encerrado en sí mismo. Prontos a estallar si lo empujan o le sacan el asiento. Van en esos viajes repetidos. Envueltos en el olor de los demás. Apilados. Con poca plata
en los bolsillos: llevados por un chofer que putea a todos los autos que se le cruzan y que escucha cumbias a todo lo que da. (pausa para llamar la atención de ella.) Y ahí es donde entrás vos. Vos con tu cicatriz. Les vas a mostrar que hay cosas peores; que ellos no han llegado –todavía- al fondo. Entonces se van a sentir superiores a vos. Y, en eso que llaman alma, van a sentir algo de calor. Esa noche van a ver a la mujer, al esposo, a los hijos con otros ojos. (…)
ROMA- Parece tan seguro...
OMAR - Porque conozco el mercado, la demanda que hay. Tuve y tengo tullidos, a
embarazadas, a viejas con chiquilines agarrados de sus polleras. Tuve dos hermanos
que parecían tener sarna en los brazos. Eran un éxito bárbaro. Hasta que, como era una alergia, se les pasó. La madre se quería morir. Sin sarna, chau plata. Por más que los hizo comer naranjas, dulce de leche y lo que tuvo a mano; no pudo hacer volver la alergia. Cosas del desarrollo le dijeron. Otros abandonaron solos. Porque estaban viejos,
porque se murieron. Algunos porque se cansaron. Los menos. Pero todos dejan con dolor porque conmigo ganan bien. Ahora tengo a seis trabajando para mí. Pero ninguno, ninguno va a ganar lo que vos.
ROMA - ¿Y con qué voy a pedir? ¿Sólo con esto? (por la cicatriz)
OMAR - Eso es el anzuelo. Por la cicatriz te van a dar plata. Para que pases rápido a pedirle al que está en el asiento de atrás. Para que no te quedes parada al lado de ellos. La cicatriz la podés acompañar con una estampita, con un papel lleno de faltas de ortografía donde diga que tenés un mal incurable y ocho hermanos para mantener. Podés pedir para una olla sindical o para tener un techo. Hay mil variantes para
acompañar lo que Dios te dio. (le toca la cicatriz. Ella no se mueve.) El pedir varía si es verano o invierno, si se está cerca del día de la madre o de fin de año. Pero todo eso lo vas a ir aprendiendo en las clases que te voy a dar.
ROMA - ¿Clases…?
OMAR - ¿Te crees que es soplar y hacer botellas? No es sólo subir a un ómnibus y hablar a lo loco o hacerte la muda. No. No. Yo te voy a decir como vas a pararte; si a determinado guarda tenés que pedirle permiso, a cuál hay que preguntarle por la familia; a qué ómnibus más vale dejarlo pasar. Tenés que mirar a la gente de cierta manera. A
hablar, si es necesario, con un tono especial. (afuera se oye un silbido.)
Ah; el café. (camina.) Lo voy a sacar sino se recalienta y no hay nada peor que un café con gusto a quemado. (mutis. Sigue hablando desde adentro.) Quedó todo abierto. Podés volver a tu casa si querés. Si resolvés quedarte te invito a un café bien calentito y batido como yo sé. Soy un maestro en preparar café. Le pongo crema, un chorrito de
cognac y lo acompaño con pan y manteca. Ah... el café yo lo tomo con una cucharada de azúcar. ¿Al tuyo cuántas le pongo? ¿Una o dos?
ROMA - (de frente al público. Murmura.) Tres... (más alto.) el café me gusta
dulce... muy dulce... (la luz baja lentamente sobre Roma hasta llegar a una semipenumbra. Vuelve el tema musical que abrió la obra. Ahora suena más a tango. La música apoya la acción de Hombre 1 y 2 que, entrando y saliendo colocan un mantel importante, una botella de sidra, dos copas, platos servilletas y un candelabro. En el momento en que entran los hombres, Roma, lenta hizo su mutis. Ellos acomodan las
sillas y retiran el bolso. Mujer Rubia entra con un gran paquete de regalo. Lo deja en un rincón. Los tres se apartan y colocan en distintos lugares. Desaparecerán, de a uno, cuando vuelva Roma. Estas uniones tendrán un aire ceremonial que se irá acentuando a medida que transcurra la obra. Aparece Omar vestido con esmero. Se ajusta una
llamativa corbata que trae a medio poner. Mira su reloj. Se pone el saco. Se pasa un pañuelo, que salivó un poco, por los zapatos; de por sí muy brillosos. Mira hacia fuera y enciende las velas. Después saca un sobre y lo pone bien a la vista. Pequeña pausa. Entra Roma. Da unos pasos. Mira sorprendida el arreglo.)
OMAR - Adelante. Pasá. No te quedes parada. Dame el saco así te lo guardo. (ella sin entender se queda quieta. Omar va hacia ella y le quita el saco de lana. Sale con el mismo.)
ROMA - ¿Pasó algo?
OMAR - (de adentro.) Debés estar con hambre...
ROMA - ¿Es una nueva jugarreta tuya?
OMAR - (entrando.) ¿Me ves cara de tramposo? (retira una silla.) Sentate.
ROMA - ¿Estás enfermo?
OMAR - Nunca me sentí mejor.
ROMA - Estás tan amable... (se sienta.)
OMAR - ¿No te gusta que sea un caballero? (acciona la botella.) Tantas veces me lo pediste... (salta el tapón. Ella, instintivamente, se tapa la cara. El ríe.) ¿Tanto te asusta un tapón?
ROMA - ¿Seguro que no me vas a hacer nada?
OMAR - ¿Y qué te puedo hacer?
ROMA - Pegarme de golpe cuando esté más distraída, cuando menos lo espere.
OMAR - Ah, Roma, Roma... Pensá un poco. ¿Voy a armar todo esto para pegarte?
ROMA - Tantas veces lo hiciste.
OMAR - Pero hoy no. Hoy no va a haber golpes. (sirve las copas.) ¿Te gusta la
sidra?
ROMA - Sí...
OMAR - A mí, más o menos. Me parece una bebida muy maricona. ¿Y…? ¿Está rica?
ROMA - Sí... ¿No me vas a preguntar como me fue? ¿Cuánta plata hice?
OMAR - Calculo que te fue bien como todos los días. Vos sos un lujo pidiendo. (ella saca de su bolsillo un puñado de billetes y monedas. Lodeja sobre la mesa. El pone su mano sobre la de Roma.) Dejá. De verdad no me importa lo que trajiste. Lo que quiero es que te sientas bien. Cómoda, relajada...
ROMA - Estás con fiebre... (levantándose. Él la sienta suavemente.)
OMAR - No tengo nada. Ni tosí hoy.
ROMA - Pero anoche, sí.
OMAR - Anoche fue anoche y hoy es hoy. Además... bicho malo nunca muere.
(orgulloso.) ¿Viste el mantel? ¿Y las copas? ¿Y el candelabro con velas? ¿Pavada de detalle, eh? El olor a sebo es un poco fulero; pero...Vos te quedás embobada cuando los ves por la tele. Te pasás diciendo: qué fino, qué fino... Bué; ahora tenés tus velas. Y eso. Abrilo. Fijate si te gusta. (ella desenvuelve el paquete que está en el plato y aparece una hamburguesa.) Es de las grandes. (ella come con avidez.) Y todavía falta algo.
ROMA - ( inquieta.) ¿Qué falta?
OMAR - (dándole el sobre.) Tomá. Leelo fuerte.
ROMA - ( leyendo.) “Para Roma de Omar”... (lo mira.)
OMAR - Dale. Abrilo. No te va a morder. (ella lo hace y saca una postal.)
Fijate atrás.
ROMA - (lee.) “Felices seis meses”... (lo mira.) ¿Seis meses…?
OMAR - Leé las letras chiquitas.
ROMA - “El Coliseo Romano”...
OMAR - ¿No te pasás hablando de que tu vieja te puso Roma porque la noche que te tuvo había soñado con esa ciudad? (ella asiente.) ¿Viste qué detalle? Eso es fineza: una postal de Roma para Roma. Aunque pensándolo bien -perdoname que te lo diga- tu madre estaría un poco “tocame un vals”. Porque gustarle ese montón de piedras rotas. (él toma la postal.) Para mí este Coliseo es un “aujero” viejo con puertas y nada más. Se ve que Roma está llena de cosas reviejas. Casi ni la traigo. (le devuelve la postal.) Esta era la más pasable.
ROMA - ¿Seis meses de qué?
OMAR - ¿Me lo preguntás en serio? ¿No te lo imaginás? (ella niega.) Pensá.
ROMA - Para mí todos los días son iguales...
OMAR - Hoy hace seis meses que te traje. Seis meses que estás conmigo.
Medio año...
ROMA - Seis meses ya...
OMAR - ¿Parece ayer, no? El tiempo vuela, pasa; como les gusta decir a los viejos. Todo cambia. Vos sos otra. Y yo soy otro contigo. ¿O no?
ROMA- Sí... ( no muy convencida.)
OMAR - Eso de los seis meses yo no lo tenía muy claro hasta que cayó tu madrina por acá.
ROMA - (al pie.) ¿Qué quería?
OMAR - ¿Y qué iba a querer? Plata. Hasta me amenazó. A mí. Dijo que ya hacía medio
año que estabas conmigo y que si no le daba algo de guita ella te iba a llevar de vuelta. O, si no, iba a ir a la seccional del barrio a denunciarme... (ríe fuerte. Se ahoga un poco.) Le dio un ataque de decencia. Justo a ella. Gritó, amenazó, lloró, pidió... Había que verla. Daba risa y asco a la vez.
ROMA - ¿Y qué hiciste?
OMAR - Esa vieja no sabe con quién se metió. Vos me conocés. Cuando algo me saca de las casillas me vuelvo una fiera. Le dije tanto que quedó blanca como papel. Cada cosa se la fui diciendo suavecito. Mirándola fijo. No la toqué siquiera. Tu madrina empezó a temblar como vara verde. Tenía gotitas de sudor en el bigote y hasta se meó del susto... Cuando se fue dejó un jedor tan fuerte que tuve que ventilar toda la
casa. Esa no vuelve más. (suave.) ¿A vos no te ha parado en la calle, no?
ROMA - No. Nunca.
OMAR - (casi amenazante.) De ser así... ¿vos me lo habrías contado, no?
ROMA - Claro.
OMAR - ¿Sabés que te hago seguir? ¿Te diste cuenta, verdad?
ROMA - Sí.
OMAR - Trato de que no se me escape nada. Lo que querían en el fondo, la vieja y todos los de allá, era que fueras a trabajar para ellos. Tenían una mina de oro y no se habían dado cuenta. Entonces me dije: ¿por qué no hacer algo para que mi Roma se sienta contenta? Feliz. ¿Por qué no festejarlo? Por eso la mesa pronta, la postal... y lo que falta. Pero antes quiero brindar. (le alcanza la copa.) Por nuestra sociedad. (él toma. Ella no.) Ahora no te muevas. (ella quieta con la mirada fija. Omar trae el paquete de regalo.) Espero que te sirva. Me parece que sí. Te conozco de memoria. (le pone la caja en la falda.) ¿No vas a ver lo que hay adentro? (mientras Roma abre primero lenta y luego casi entusiasmada; él enciende un cigarrillo y enseguida tose.) Este asma de mierda... (ella ya abrió la caja.) ¿Y…? (Roma levanta un vestido muy brilloso.) Así
se usan ahora. Fue lo que me dijo la vendedora. (tose. Saca un inhalador.) Puta madre... este chillido del pecho que no se me va con nada. Ponételo. Quiero ver como te queda. (ella camina al mutis.) (…)
Roma... Roma... (ella levanta una mano. Con un movimiento muy lento
la lleva hasta la cabeza del hombre. Le acaricia el pelo.)
ROMA - Nunca pensé qué...
OMAR - ¿Qué iba a pasar esto?
ROMA - Nunca me dijiste nada... nunca me acariciaste...
OMAR - Sé esperar. Todo tiene su momento. (la levanta. Quedan parados.) Te
tuve ganas desde que te traje. Pero... ¿para qué iba a apurar la cosa?
Vos sos mía. Estás hecha para mí.
ROMA - No...
OMAR - ¿Y si te beso? ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a correr, a gritar? ¿Vas a volver
con tu madrina?
ROMA - No tengo dónde ir... (él la besa. Ella se queda quieta.)

(,,,)

OMAR - El cuento de tu vieja con el marinero italiano...
ROMA - No es un cuento.
OMAR - Que no va a ser. Si es, casi, un tango del año cuarenta. La pobre muchachita que se entrega al marinero italiano que bajó una noche al puerto y la embarazó. Si hasta el nombre del barco es un verso: “El Vesubio”...
ROMA - Se llamaba así. Tenía dibujado un volcán echando humo...
OMAR - “El Vesubio”... suena a nombre de pizzería.
ROMA - Era un barco muy grande...
OMAR - Un barco más grande que una mentira. Un barco que nunca más volvió. Si te apuro un poco más vas a terminar contando que tu vieja, después de la encamada fue todos los días a la escollera para ver si volvía el famoso “Vesubio” con el marinerito en la proa. (ríe.) ¿Ves…?
Lo digo y me cago de la risa. (se va quedando serio.) Toda esa historia es falsa. Falsa de punta a punta.
ROMA - Fue así.
OMAR - Vos quisiste creer que fue así. De esa manera era más lindo que la verdad. Pero tu madrina me cantó lo justo.
ROMA - Qué sabe ella. Si hasta miente cuando respira.
OMAR - Puede ser. Pero yo -en eso- le creí.
ROMA - ¿Y qué te dijo?
OMAR - Nada que vos no sepas. Que tu... (irónico. Saboreando el momento.) santa vieja no podía ir a la escollera ni a ninguna parte. Se pasó entrando y saliendo del manicomio. Al principio fueron temporadas cortas. Después se quedó para siempre. Si hasta se murió ahí. ¿No? ¿Es verdad o mentira?
ROMA - (bajo.) Murió sola... Tuve que ir con la madrina... Entré al Vilardebó
y no me animaba a levantar la vista... Tenía miedo... esos escalones de afuera... rotos, llenos de rajaduras... y, adentro, las paredes descascaradas. Todo parecía que estaba roto, viejo, muerto... las baldosas de cuadros negros y blancos... el olor... los gritos que se escuchaban de repente... los enfermos que pasaban con la ropa hecha pedazos tirando no se qué... nada o algo que había atrás mío y que yo no podía ver... Y los gatos... tantos... con ojos amarillos... Íbamos atrás de una enfermera que taconeaba fuerte. Pasamos muchas puertas hasta donde estaba ella... Y la vi. No me acordaba que era tan chica... que tenía el pelo tan gris... unos pocos mechones lacios... La tenían
acostada arriba de una mesa. Había que reconocerla. Decir que era ella. A mí me salía decir que no. Que aquella no era la madre que yo recordaba. La que tenía una sonrisa linda, ojos brillantes; la que me cantaba en italiano para que me durmiera. Sentí la voz de mi madrina diciendo que sí, que ese cuerpo que estaba ahí --casi tirado- era el de
mi madre... (se ahoga.) Me había dejado una caja de zapatos llena de recortes de diarios, de fotos, de postales de Italia... no me la llevé. La dejé allí. No me la quise llevar...
OMAR - ¿Y ahí parás el cuento? Tu madrina me dijo más cosas.
ROMA - No sigás. No quiero saber más nada.
OMAR - ¿Vos mandándome?
ROMA - Te lo pido.
OMAR - Yo no empecé la cosa. Fuiste vos con tus pavadas. Y cuando no te conviene querés parar. (ella se aparta.)
ROMA - No... (él la sigue.) No...
OMAR - Yo sí quiero seguirla. Quiero saber que hay atrás de esa pose de víctima, de pobre muchachita con la cara cortada. Ahí atrás hay alguien que esconde cosas.
ROMA - ¿Y vos también no escondés cosas?
OMAR - ¿Cuáles?
ROMA - Cosas de tu familia.
OMAR - Mi familia... Sabés que soy del asilo. Estuve internado hasta los dieciocho años. En el asilo aprendía a defenderme, a ganarle a la gente, a valerme solo, a no deberle nada a nadie. Cuando salí me revolví como pude. Como un perro. Mordiendo aquí, corriendo allá, moviéndole la cola a estos, mostrándole los dientes a otros. Y tan mal no me fue. Tengo la plata que quiero. Más de la que pensé. No tengo - por suerte- padre para deberle favores ni madre para avergonzarme. ¿Vos no podés decir lo mismo, no?
ROMA - Decís las cosas de una manera...
OMAR - Digo las cosas como son. ¿Tu vieja…? ¿Cómo se llamaba?
ROMA - Elvira...
OMAR - Bueno, ella, quién sabe por qué, te hizo el cuento del marinero. Lo cierto es que, según tu madrina, ella se acostaba con cualquiera que le hablara en italiano. (…)
ROMA - Pará. No sigas más. ¿Hasta dónde querés ir?
OMAR - (con una tranquilidad e ironía irritante.) Estás gritando como una loca.
¿Tu padre no habrá sido uno de los del manicomio? ¿Y de ahí te sale la locura? (Roma se abalanza sobre él. El la toma fuerte por los brazos.) Si hasta te corre un hilo de baba. Tenés que aprender que en la vida uno tiene que pagar siempre. Lo pagó tu madre en el manicomio. Lo pagué yo en el asilo. Y ahora lo estás pagando vos. (la suelta. Ella se
deja caer.)
ROMA - ¿Por qué...? (muy bajo.)
OMAR - Sólo hay lugar para los fuertes. Para tener seguridad, un plato de comida y un poco de amor hay que pagar.
ROMA - Yo pensé que vos...
OMAR - ¿Qué yo te quería?
ROMA - Sí...
OMAR - ¿Porque me acosté contigo dos o tres veces? Le erraste feo.
ROMA - ¿Por qué no vas a buscar a la nueva?
OMAR - Cecilia se llama... Yo le digo Ceci... Sabés... tiene una pierna más
corta que la otra y unas quemaduras rarísimas en las manos...
ROMA- ¿La vas a traer para acá?
OMAR - ¿Por qué no?
ROMA - ¿Y yo?
OMAR - Tu ciclo terminó. Sos una figurita repetida en los ómnibus. La gente
necesita espectáculos nuevos. Se acostumbraron a tu cicatriz. Hay que darles algo distinto.
ROMA - ¿Y yo…?
OMAR - A vos te voy a poner en las puertas de las iglesias y en los cementerios. Ya te tengo organizado un tour. Los doce en San Pancracio, los dos de noviembre en el cementerio del Norte, está la Gruta de Lourdes. Se saca poco. ¿Pero algo es algo, no?
ROMA - ¿Tu Cecilia va a estar en los ómnibus…?
OMAR - Y sí, Roma. Las luces del centro ya no son para vos.
ROMA - ¿Y va a usar el vestido que me regalaste…?
OMAR- Sí. A vos te gustó, ¿no? Tanto como le había gustado antes a la parda Beba y a la tuberculosa. Se ve que es un vestido que no pasa de moda. La vida es así, nena. Hoy estás acá (señala arriba.) y mañana estás aquí. (señala el suelo.)
ROMA - Eso va a ser si yo quiero.
OMAR - ¿Desde cuando vos decidís algo?
ROMA - Desde ahora.
OMAR - ¿Ah, si?
ROMA - No me vas a tocar más. No me voy a dejar pegar más...
OMAR - Me hacés llorar de la risa. ¿Quién mierda te crees que sos?
ROMA - No te acerques, Omar. Si no...
OMAR - Si no, ¿qué? (se mueve hacia ella.)
ROMA - Quedate ahí. No camines más. (busca algo para defenderse.)
(…) (le da un manotón. Se traban en una lucha feroz. Tiran las sillas. Mueven la mesa y caen los vasos y las botellas. Una de ellas ya estaba rota. Roma la toma.)
ROMA - Vení, Omar, vení. Tocame. Tocame que te voy a pagar todo lo que me
diste. El vestido usado, los platos de comida.Tocame. Dale. ¿Qué esperás? ¿No te animás? ¿No te da el cuero, Omar? (él, con un bufido, se acerca fuerte y violento. Roma, con un rápido movimiento, le corta la cara. Aullido de Omar. Se lleva las
manos a la cara. Sale aullando y dando tumbos. Roma, con la botella rota en la mano, tensa, avanza hasta un primer plano con los ojos muy abiertos y una sonrisa. Avanza hasta que se hace un corto apagón. Tango. entran Mujer Rubia y los Hombres y acomodan, o no, todos los muebles. Roma se sienta bajo un foco de luz para hacer su monólogo final. Monólogo que es una confesión. Confesión para sí misma, para
la policía, para Dios. En la semipenumbra, Mujer y Hombres miran y escuchan. Pueden mirar hacia lados diferentes. Alguno de ellos, tal vez Mujer Rubia, mira a Roma. Otro al público. Otro hacia fuera. Otro da la espalda.)
ROMA- Cuando pasó lo que pasó me asusté mucho. Me quedé como de piedra. No sé cuantas horas estuve así. Cuando me despabilé se veía salir el sol. Entonces empecé a limpiar todo las manchas de sangre y, de paso, la mugre acumulada de tanto tiempo. Enterré la botella rota en el fondo y quemé mi ropa. Cuando todo quedó como un jaspe pude parar. Recién ahí me di cuenta lo cansada que estaba. En esos días no salí a pedir. Me quedé acá. Esperando algo. Después me animé y le pregunté a los vecinos. De a poco empecé a llenar los huecos de ese día tan largo. Uno; había oído los gritos y, al asomarte, lo vio doblar la esquina; otro estaba en la parada cuando al Omar lo subieron a un camión que pasaba. Alguno; supo por un conocido que estaba internado en el “Policial”... (se detiene un poco. Otro tono.) ¿Qué cosa, no? Parece de locos. Un chiste malo. El Omar en el Hospital Policial. Me imagino la cara al despertarse y verse rodeado por milicos. Los tiras anduvieron averiguando y hasta estuvieron aquí. Pero yo, por suerte, justo había salido. Como siempre pasa en estos casos nadie vio nada, nadie sabe nada. A los milicos no les dijeron ni mus. Pero a mí, sí. Es de no creer. Uno piensa que estando entre cuatro paredes las cosas no salen de allí. Pero la gente tiene cien oídos, cienojos. Y los que no saben los inventan. Lo que más me sorprendió fue lo poco que lo querían al Omar. Le tenían miedo. Ni el nombre decían. Cuando hablaban de él era: el tipo ese o el flaco. Era como si no nombrándolo no existiera. Ahí me di cuenta de lo solo que estaba. Lo que nunca pensé es que fuera a necesitarme a mí. Cuando fui al
hospital me impresionó verlo con esas vendas en la cara y en medio de tantos tubos. Al verlo así, yo, me sentí fuerte por primera vez. Lo velé muchas tardes sin que se diera cuenta y empecé a hacerme amiga de la nurse. Dolores se llama. Que nombre para una enfermera, ¿no? Supongo que le di lástima porque empezó a hacerme preguntas y,
después cada vez que tenía libre, venía a estar conmigo. Me contó cosas de su vida y yo de la mía. (otro tono.) Pero todas, no. Un día el Omar se dio cuenta que estaba al lado de la cama. Me miró fijo y me dijo como sin entender: Roma...Enseguida, como un relámpago, con otro tipo de mirada y tocándose las vendas de la cara repitió:
Roma... Sentí un frío por todo el cuerpo y supe que no me lo iba a perdonar nunca.
Que iba a buscar la manera de cobrarse y que yo tenía que ganarle de mano fuera como fuera. En ese momento empecé a maquinar todo. Me veía parada al lado de la cama y lo veía al Omar, mirándome, como si yo fuera transparente. Entonces me adelanté y le agarré la mano. Estaba helada. Me sorprendí porque la calefacción estaba a todo lo que
daba. Lo acaricié. No para calmarlo sino para poder tranquilizarme yo; para tener tiempo para pensar. El empezó a hablar bajo pero a los borbotones. Tenía un montón de preguntas. Quería saber si había pasado algo con la policía, si se habían creído el cuento del accidente, que si yo no había metido la pata, que me aprontara si por mí caía preso, que si tenía una cicatriz iba a tener dos, que ni Dios me iba a conocer. No paraba de hablar. No sé que le contesté a cada cosa pero se quedó tranquilo. Ahí me quedo claro el miedo que él tenía. Fue algo nuevo para mí. Omar, el miedoso. Me pidió casi por favor, que volviera todos los días, que no lo dejara solo. Y le cumplí. A la hora en que empezaba la visita yo era la primera en entrar. Tanto se acostumbró a eso que, los pocos días que demoré unos minutos, enseguida se ponía inquieto, nervioso y le volvía el asma y la tos. Apenas si podía hablar después. Ahora lo puedo contar; total... a veces
demoraba a propósito, sólo para verlo así. De a poco tuvo que confiar en mí para solucionar cosas. Primero, las más chicas; esos gastos imprevistos que surgen sin querer... y tuvo que decirme donde tenía escondida la plata. Le costó un triunfo decirlo. Pero yo hacía rato que había encontrado la plata. También... con la limpieza que me mandé. Yo, con mi mejor cara, lo escuché seria. Pero por dentro me partía de la risa. Me pedía cuenta de todos los gastos. Yo, por supuesto se las daba. Eso empezó a darle confianza. Total, yo era una turra que no entendía nada de nada. Un día me dio la lista de los que trabajaban para él y los lugares donde los iba a encontrar. Me mandó que les cobrara. Seis... había dicho que tenía trabajando. Otra mentira más de Omar y van... nunca pensé que fueran tantos. Había niños de todo tamaño y color; mujeres viejas y jóvenes con, o sin, hijos; hombres lisiados de verdad o de mentira. Los conocí uno a uno. Supe sus nombres, sus olores, el precio que tenían que pagar, sus historias. Entonces yo –para ellos- me transformé. Pasé a ser el dueño. Ahora mismo si cierro los
ojos me vuelve la cara de cada uno... Y, también, la de Omar. La mueca de la boca. El brillo del único ojo cuando cada sábado le llevaba la cuota semanal. Por un rato acariciaba los billetes y se olvidaba de los estragos de la cara. Pero fue mejorando y Dolores me avisó que ya estaba por tener el alta. Entonces... dejé de ir por dos semanas. Esobastó. Tuvo un ataque de asma tan grande que hasta le dieron oxígeno. Cuando Dolores me dijo que iba a tener para un rato largo, volví. Tenía más tubos que antes. El Omar se sintió alegre al verme. La emoción que tuvo también sirvió para que empeorara. Hasta fiebre le vino. Ni sabía a donde estaba. Si hasta se olvidó de preguntarme el por qué no había ido esas dos semanas. Fue una lástima tenía tantas mentiras preparadas. Pero no se dio. Esas dos semanas generaron muchos gastos extras. Entonces no le alcanzó la plata. Ahí vino lo mejor. El Omar tuvo que hacerme un poder para sacar la plata del banco y me dio las tarjetas de crédito. ¿Cómo iba a desconfiar de mí que era tan poca cosa y que siempre volvía para ayudarlo? Cuando vi todo lo que tenía ahorrado quedé aturdida, abombada. Después -mirando la libreta del banco, las tarjetas, los dólares desparramados en la cama- se me aparecieron en la cabeza: la parda Beba, la Enana, la Nueva, los que pedían en las iglesias, los chiquilines limpiando autos en los semáforos... todos... era una fila de gente más larga que la de los dólares. Y al final de esa fila estaba yo. Yo subiendo y bajando de los ómnibus. Yo pidiendo y mintiendo para el Omar. Yo, y los otros, pidiendo para que él guardara y guardara. Pensé que la cabeza se me iba a reventar. Entonces supe lo que tenía que hacer. Omar ya no me pedía cuentas. Era tan fácil robarle. No; robarle no. Era tan fácil hacerle pagar. Nunca me sentí mejor que cuando, lista en mano, fui tachando los nombres de los... ¿empleados? ¿Los asalariados? ¿Los esclavos…? (se encoge levemente de hombros y sigue.) Le di a cada uno sus dólares y les agradecí -en nombre del Omar- los servicios
prestados. Unos... me besaron. Otros, lagrimearon. Cuando terminé rompí en pedacitos la lista. Sentí un alivio grande como una casa. Con el resto de la plata pagué, por adelantado, la cuenta del hospital. Le di propina a todos los que lo cuidaron. Por supuesto que a Dolores le di más que a los otros. Ella le tiene que contar todo esto y no va a ser un buen momento... para los dos. Sólo me quedaban las tarjetas de crédito. Para
mí era como tener el mundo en las manos. Compré de todo: muebles, ropa, televisor, video... y espejos... muchos espejos. Muchísimos. Ya no voy a ir más al hospital. Lo voy a esperar acá. Estoy segura que va a venir el Omar. ¿A dónde puede ir? Si no tiene otro lugar... (el bandoneón con su solo retoma el tango del comienzo. La luz va
cambiando de a poco. Mujer Rubia y Hombres cambian de lugar. Pueden confundirse, o no, entre los espectadores. Entra Omar. Luce en su cara una cicatriz del lado opuesto a la que tiene Roma. Omar avanza en la semipenumbra que va aumentando.)
OMAR - (bajo.) Roma... (el bandoneón llena el silencio.) Roma... (ella, lenta
abandona su lugar, y va a su encuentro.)
ROMA - (bajo.) Omar... Omar... (él la busca.)
OMAR - ( más alto.) Roma... ( el bandoneón también va subiendo.)
ROMA - (más alto.) Omar... ( se detiene. Abre sus brazos como en una crucifixión esperada.)
OMAR - Romaaa... (el sonido del bandoneón proponga el grito de él al
avanzar y apaga el de ella. Apagón brusco cuando los personajes se encuentran. Queda el sonido grave del bandoneón en su solo de tango.)

F I N

lunes, 18 de mayo de 2009

ANÁLISIS DEL TRATADO I

ANALISIS DEL LAZARILLO DE TORMES:
TRATADO I: “Cuenta Lázaro su vida y cuyo hijo fue”
Estructura del Tratado I
La biografía contada de Lázaro es por un lado una herencia de malos hábitos y por otro la historia de un proceso educativo que entrena el alma para el deshonor. Siguiendo esta pauta es posible identificar dos partes del Tratado I: por un lado la historia familiar del muchacho y por otro lado su asentamiento con el ciego.

Su origen: la historia familiar de Lazarillo

El título del tratado nos aporta algunos datos sobre lo narrado en este capítulo. Primeramente tenemos la mención del personaje protagónico por medio del nombre, luego dice que dirá quiénes son sus padres, “cuyo hijo fue” y que contará su vida. En realidad, en este tratado contará su nacimiento y el comienzo de su vida de pícaro.
El relato comienza con un “pues” que establece la relación con el Prólogo que lo antecede y nos hace notar la continuación de un razonamiento. Sus palabras tienen un destinatario, que desconocemos y a quien trata con respeto: “vuestra merced”.
El primer dato que aporta es el de su nombre, o más bien cómo le dicen ya que indica “ a mi llaman Lázaro de Tormes”, no sabemos si es nombre o sobrenombre. El mismo tiene reminiscencias bíblicas y relación con su primer oficio: ser guía de un ciego (definición de lázaro). El segundo dato que aporta es el lugar de origen, Tormes. La forma en que el dato nos es presentado tiene relación con la forma en que lo hacían los protagonistas de las novelas de caballerías, notándose cierto dejo irónico, dado que su vida y nacimiento nada tienen que ver con la de un héroe caballeresco. El sobrenombre “de Tormes” lo toma por haber nacido en dicho río, relato que hace en forma muy veloz, como su propio nacimiento, contando este hecho sin detalles: “preñada de mi, tomóle el parto y parióme allí”
Posteriormente nombra a sus padres, de quienes nos dice sus nombres y su lugar de origen. Interesa resaltar la sencillez de dichos nombres: Tomé González y Antona Pérez. Son nombres comunes, de un solo apellido que indican que no son personas de alto nivel social.
Se menciona que su padre trabaja como proveedor de un molino, “fue molinero durante quince años”. Al recordar el hecho y mencionar al padre se observa una anticipación de que cometió alguna falta al decir: “Mi padre, que Dios lo perdone”.
Luego del nacimiento salta, cronológicamente, hasta la edad de ocho años, lo cual gana en verosimilitud porque es la edad de la memoria y es creíble que el protagonista recuerde lo que sucedió: el apresamiento de su padre. La frase utilizada es que “achacaron a mi padre” lo cual indica, por un lado cierta duda si realmente realizó o no el delito y por otro la inocencia de un niño de ocho años. El delito se describe como “sangrías” utilizando el término popular que hace referencias a los cortes de cirujanos o barberos para aliviar dolores. Estas sangrías (simetría con el padrastro y con él mismo que también las realizan) hechas por el padre fueron “mal hechas” observándose la ambigüedad del lenguaje ya que el término alude a que fue descubierto y por otro lado señala una falta moral. A partir de allí las acciones son sucesivas y la utilización del polisíndeton cumple la función de marcar la rapidez con la que se realizaron. Se afirma, “confesó e no negó”, recordando la figura de Cristo y posee reminiscencias bíblicas (San Juan y San Mateo). Asimismo se señala que “padeció persecución por justicia”, se apela al doble sentido ya que se procura hacer referencia a la Justicia como valor, pero su sentido lineal referiría a los ejecutores de la misma. Su castigo es el destierro, lo que lo aleja de su familia, “por el desastre ya dicho”, observándose nuevamente la ambigüedad del lenguaje dado que el término desastre puede aludir por un lado al acontecimiento familiar y por otro al desastre de la armada de la expedición de Gelves. Al ser desterrado pasa a servir a un caballero y su función es la de cuidar las mulas de carga “acemilero” y por éste motivo debe seguir a su señor cuando este va a “cierta armada contra los moros”. La muerte le llega como “leal criado”, observándose un tono irónico dado que se apunta a la situación desvalida de los sirvientes de los caballeros, que aún sin desearlo debían acompañar a sus amos en las batallas.
Al morir el padre (“feneció su vida”) hecho que parece no despertar emociones en Lázaro, tal vez por la edad que tenía cuando la separación; su “viuda madre” se ve “sin marido y sin abrigo”, es decir necesitada de protección. Por este motivo decide “arrimarse a los más buenos” consejo que seguirá Lázaro en el Tratado VII que tiene corte popular.
Está decisión trae aparejada un gran cambio en la vida de ambos ya que emigran del campo y “vínose a la ciudad” (se observa cómo el futuro de Lázaro se encuentra en la manos de su madre, ella es quien realiza las acciones). Allí alquila una “casilla” diminutivo que da cuenta de la pobreza así como del tamaño. Se hace presente nuevamente el polisíndeton “y” para referirse a lo rápido de las acciones. Debe salir a trabajar y se dedica a “guisar de comer a ciertos estudiantes” y a lavar. El adjetivo “ciertos” alude a la mala fama de éstos, tan lejano de su intención de acercarse a los buenos. Estas labores la llevaron a “ir frecuentando las caballerizas”, frase llena de ambigüedad. El gerundio “frecuentando” y la noción de lapso temporal que implica es complementado con la alusión de que ella y un hombre “vinieron en conocimiento” refiriéndose a la dupla necesidad/ocasión y al sentido bíblico de estrechar relaciones (relacionamiento sexual)
Este hombre era un “moreno de aquellos que a las bestias curaban”, la tarea que desempeña nos indica lo descendido que se encuentran en la escala social. La relación del moreno con Lázaro se presenta como una evolución evidenciada a través de los calificativos empleados para con el hombre: inicialmente se habla del temor que surge por un elemento objetivo su color y por uno subjetivo el “mal gesto”; en un segundo momento ese miedo es cambiado por cierta simpatía ya que desde los ojos de niño se ve cómo la situación mejora por los alimentos que el mismo trae (“vi que con su venida mejoraba el comer”) y por último surge el cariño supeditado a su estómago “fuile queriendo bien”, el gerundio muestra la transformación gradual. Desde aquí ya se observa el hambre como motor de la acción y de la afectividad.
De la relación entre la madre y el Zaide nace un “negrito muy bonito”. Lázaro ha asumido al moreno como padrastro y el nacimiento de un hermano le produce alegría e incluso ayuda a cuidarlo. Se narra un hecho gracioso relacionado con el color del Zaide, y que da lugar a una reflexión sarcástica del pícaro adulto o del converso: “cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros, porque no se ven a si mismos”; y que se ve complementado con el posterior comentario de la falta del padrastro en tanto “esclavo del amor” con la de los frailes y los clérigos.
Por primera vez nombre al moreno “Zaide” (Señor en árabe, irónico nombre para un esclavo. Se enumeran los alimentos que hurtaba Zaide que era para alimentar a las bestias, observándose un robo por necesidad. También se presenta la justificación de dicho robo mencionando por primera y única vez en el texto al amor, “pobre esclavo del amor”. Dos son los castigos que recibe el moreno, por un lado físico “azotaron y pringaron” y por otro afectivo ya que es separado de su familia. Segunda separación para Lázaro por similar motivo. El propio niño es interrogado y en su inocencia confiesa, su madre es amenazada y se aleja para por un instinto de supervivencia (“soga tras el caldero”) y para cuidarse de las “malas lenguas”.
Se hace uso en este caso de la elipsis narrativa reduciendo los hechos a unos pocos datos relevantes, por ejemplo la mención del mesón de la Solana y que allí terminó de criar a sus hijos y cómo su hijo mayor la ayudaba en sus tareas. Hasta aquí se extiende la apertura del Tratado I.
En esta situación, trabajando en el mesón, es que lo encuentra el ciego. Este personaje es típico de las novelas picarescas, vive del engaño con oraciones destinadas a distintos usos que muestran su falsa religión y cuya característica principal es la avaricia. Este personaje será determinante en la vida del protagonista ya que es quien lo introduce en condición de pícaro.
Al ser pedido a la madre para “adestralle”, como compañía, esta no duda y asiente inmediatamente, “me encomendó a él”; para convencer al ciego que ha hecho una buena elección la madre menciona el origen de Lázaro de forma irónica: su padre fue un “buen hombre” y murió cierto en la de Gelves, pero no para “ensalzar al fe” sino porque estaba obligado a ir, completando la ironía al referirse a Lázaro: “no saldría peor que mi padre”. La función de la madre queda en este momento delegada y ella mismo lo llama “huérfano”, procurando mover a piedad al ciego. Este responde con aparente afectividad y afirma que lo va a tratar “como a un hijo”, sarcasmo que le funciona con la madre. Así Lázaro se unirá a su “nuevo y viejo amo” (antítesis, expresión binaria su relación con el ciego es nueva pero éste es un anciano)
Cuando Lázaro se despide de su madre, ésta le da los últimos consejos al enmarcar el futuro de la relación entre ellos “no te veré más” y le pide que sea “bueno” término que refiere tanto a lo moral como a lo social, recordándole su misión de “arrimarse a los buenos”. Lo encomienda a Dios y no al ciego. Esta intervención muestra que la afectividad no es característica de los personajes madre/pícaro en la novela picaresca. Aunque no tiene la certeza, le dice a Lázaro, con “buen amo te he puesto” aludiendo posiblemente a la bondad por un lado y por otro a que ayudará a su hijo de salir de la pobreza. Se despide dándole un último consejo, “válete por ti mismo” lo prepara para la soledad y los peligros que vivirá. El protagonista se aleja de su madre y de Salamanca comenzando una nueva vida.

Vida junto al ciego. Burlas.

Es al lado de este ciego que la vida exige para mantenerse en ella: paciencia, disimulo y engaños (“punto por arriba del diablo”). La rivalidad entre el ciego y su destrón está presente en la narrativa popular y el autor aprovechó dicha pareja folklórica para mostrar el fracaso de una vida, en parte por un extravío educativo. Así al final del primer tratado, predeterminado por la sangre y guiado por el ciego, la suerte de Lazarillo ya está echada.
Dicho aprendizaje se dice habitualmente que transcurre entre dos hechos simétricos y de carácter popular, la calabazada inicial propiciada ante el toro de piedra (del ciego hacia Lázaro) y el golpe del poste que el protagonista le propicia a su amo. Esta correspondencia o intención de simetría por parte de la autor, fundamentada en el hecho de que es raro que un niño de la zona no conozca la treta inicial, se ajusta al esquema folklórico burlador/burlado. Sin embargo la maestría del autor se centraliza en la introducción de otros elementos que alteran y complejizan el esquema inicial. Siempre con un afán docente, las tretas intermedias no se sumarán simplemente sino que funcionarán como piezas de un conjunto.
Es posible establecer el siguiente esquema de tretas:
1) Toro ...................... golpe
2)
No hay desenlaceFardel.....burla
3) Monedas....burla
4) Jarro....................... crueldad
5) Uvas........................ ingenio/gracia
6) Longaniza................... clímax
7) Poste....................... golpe

En la disposición de las burlas observamos que las dos primeras resultan favorables para Lázaro: el niño debe olvidar el golpe inicial y volver a vivir descuidado de esa manera podrá sucederle el nuevo descalabramiento del jarro del vino. Por su parte el ciego también va realizando una evolución ya que la del fardel no es advertida y la de las blancas genera la reflexión del mismo.
En cuanto a la treta de las uvas, basado en el folklórico reparto ventajoso de alimentos hace suponer que fue incorporado allí por su belleza y perfecta construcción mental, destacándose por la gracia y el ingenio.
En el episodio de la longaniza se logra el climax (se observa la astucia de Lázaro de negar a través de la verdad, y la astucia del ciego de descubrir que era él quien había realizado la sustitución entre el nabo y la longaniza y se la había comido).
La vida de Lázaro va acompañada de la burla ascendente. La primera la del fardel el ciego no la advierte, la segunda da reflexión del amo, la tercera se resuelve con ingenio- gracia, para que así a través del contraste se resalte la crueldad del jarro de vino y con el castigo no inmerecido pero sí excesivo que conduce al resentimiento de Lázaro.

Episodio del Toro de Piedra
Es el primer episodio que le sucede a Lázaro con el ciego. Se produce un desplazamiento espacial, que implica un desapego de la historia anterior y que simboliza la ruptura con su pasado.
La primera enseñanza del ciego apunta al hecho que el niño debe saber defender a su amo, debe “saber un punto más que el diablo”. El golpe que le propició el ciego contra el toro de piedra provoca un cambio en el protagonista quien “desperté de la simpleza” haciendo alusión a su ingenuidad y complementada con la metáfora “dormido”. Asimismo recuerda el consejo de su madre respecto a su soledad en el mundo. Por lo tanto se trata de un despertar en dos niveles: soledad y astucia. Aquí comienza su vida de pícaro (“Después de Dios, éste me dio la vida) y la formación que le dará el ciego será a través de refranes y crueldad para la “carrera de vivir”. Con antítesis “siendo ciego me alumbró” y también como metáfora de nacimiento hace referencia a la importancia de sus enseñanzas que junto a la metáfora “carrera de vivir” se alude a la competencia y el individualismo.
Luego de una reflexión que corresponde al presente de la narración donde se presenta como ejemplo de virtud ya que será uno de los hombres que sabe “subir siendo baxos”, pasa describir al ciego. Lo menciona como “el bueno de mi ciego” sentimiento que cambiará con el tiempo y con el convivir. Se produce una exageración o hipérbole al indicar que “desde que Dios creó el mundo, ninguno formó más astuto ni sagaz”. Lo compara con un águila y hace una crítica a la iglesia al hablar de su falsa religiosidad, la fe al servicio del engaño. Su capacidad se refleja en la hipérbole “ganaba más en un mes que cien ciegos en un año” y se presenta como un indicador de la avaricia que lo caracterizará y que el narrador protagonista reconoce al caracterizarlo como “avariento y mezquino”.
En su oficio de dar oraciones sus principales “clientes” eran las damas, teniendo solución para cada uno de sus malestares: mal casadas, las que no paría, las que estaban en trabajo de parto, etc. Será esta avaricia y el hambre que hace padecer a Lázaro, el móvil para las “burlas endiabladas”, que como nos anticipa, no fueron todas positivas para joven.

Episodios del fardel y de las monedas

La primera de las “burlas endiabladas” es la del fardel al que le realiza “sangrías”, al igual que su padre pero con la diferencia que las hace bien. Se produce una antítesis entre ”todo el mundo” y él y la hipérbole que indica su astucia, ya que nada puede sacarle ni una migaja mientras él con la astucia, ya aprendida del ciego, le logra sacar del fardel pan, torrezno y longaniza. Se convierte en un ladrón porque el hambre lo motiva. El fardel es categorizado como avariento, el elemento toma la característica del dueño, el ciego..
La segunda de las burlas es la de las monedas con las que le pagan al ciego por las oraciones, al quedarse con la mitad del dinero, el ciego piensa que le están pagando la mitad y lo acusa de la mala suerte que lo acompaña.
Se debe recordar que ambas tretas fueron favorables para Lázaro.

Episodio del Jarro del Vino
Lo característico de este episodio es el juego de astucias que se establece entre Lázaro y el ciego y para ello es posible dividir el episodio en cuatro momentos: el primero referente a la introducción del episodio, un segundo punto consistente en el episodio o aventura en si misma, su desenlace y por último una conclusión o moraleja.
El narrador nos introduce en la temática al contar la pequeña astucia de Lázaro de beber unos tragos de vino del jarro del ciego, sin que éste se diera cuenta; lo hace mediante la metáfora: “besos callados”, aludiendo a lo silenciosa de la metodología pero al mismo tiempo al placer y gusto que le proporcionan. Se observa la astucia y desconfianza del ciego al sustituir la visión del nivel de la botella por una cuenta precisa de los tragos dados. Tornándose más astuto que el ladrón, mantiene su botella entre sus manos con lo que fuerza al mozo a establecer una estrategia superior para obtener la bebida, el ingenio no le falta a Lázaro quien se siente atraído como un “imán” por esta bebida (comparación). La paja de centeno le servirá por poco tiempo ya que el ciego pondrá el jarro entre sus piernas, “obligando a Lázaro” a una treta mayor. Es posible distinguir cierta gradación tanto en la astucia de Lázaro como en la precaución del ciego. El autor señala de forma hiperbólica la afición de Lázaro al vino, su adicción: “ Yo como estaba hecho al vino, moría por él”. Hasta aquí se extiende la introducción, de aquí en más el autor se centralizará en narrar el episodio en si mismo.
Dada la última precaución del ciego decidió hacer una “fuentecilla” que cubría con un tapón de cera, que al derretirse destilaba en su boca el elixir. El ciego se sorprendía ante las constantes faltas y a través de la intervención directa observamos a Lázaro en toda su astucia e ironía: “No diréis, tío, que os bebo yo -decía- pues no le quitáis la mano”. El ciego cae finalmente en la burla pero su sagacidad le aconseja ocultar dicho descubrimiento, para poder encontrar a Lázaro en el momento de su picardía. En cuanto esto sucede se produce el primer castigo brutal. Lázaro en su inocencia (y ya olvidado de la calabazada del toro) y sin saberse descubierto comienza a beber como de costumbre y demuestra su placer deteniéndose en su posición “boca arriba”, tan relajada (ojos cerrados) que resultará tan irónica. El ciego considera que es el momento apropiado y comienza su venganza tirándole con el antitético “dulce y amargo jarro” y transformando el elemento de placer en uno de desgracia.
En el episodio junto a esta antítesis se presentan un conjunto abundante de verbos que otorgan movimiento a la acción así como una serie de diminutivos (fuentecilla, jarrillo) que propician el matiz afectivo. Y en la acción que conduce a la venganza encontramos la interesante objetivación “el pobre Lázaro” que propicia por un lado la interrupción abrupta de ese regocijo descuidado (se retoma la primera persona en el momento que el jarrazo lo vuelve a la realidad)y al mismo tiempo el alejamiento de la cruda realidad. Por su parte la fuerza del golpe (irónica y antitéticamente golpecillo) es presentada a través de una hipérbole que guarda al mismo tiempo un carácter metafórico si consideramos la posición física en que Lázaro se encontraba: “el cielo con todo lo que hay en él hay, me había caído encima”. En esto consiste el desenlace del episodio.
Como consecuencia de este castigo brutal Lázaro sufre la pérdida de los dientes y varios cortes en la cara. En cuanto a las consecuencias emocionales debemos señalar que este dolor, unido a la humillación pública que padecerá (“reían mucho del artificio”), conducen a que el ciego deje de ser para Lázaro “el bueno de mi ciego” para convertirse en el “mal ciego”, el afecto se pierde y desde entonces “quise mal al mal ciego”. El castigo, merecido pero excesivo, no permite que el niño perdone a su amo y de aquí en más comenzará la venganza, pero comprendió una lección más: deberá esperar el momento oportuno para “hacerlo más a mi salvo y provecho” al igual que su instructor.
La conclusión se encuentra determinada por la intervención directa para nada casual del ciego (dado que fue quien triunfó) reafirmándole el poder que el vino tiene en su vida: “lo que te enfermó te cura”.
La relevancia de este episodio radica en que será partir del mismo el odio de Lázaro comienza a madurar y tendrá como consecuencia en su argumento la treta final del poste. Sin embargo, Lázaro no es el único personaje que se transforma, sino que la irritación del ciego también será constante y progresiva. Ambos han llegado a un punto en que uno debe acabar con el otro. Será Lázaro quien logre triunfar y lo hará con la rabia que implica el desinteresarse del amo: “no supe más lo que Dios del hizo, ni cure de lo saber”. El esquema burlador/burlado es superado
Episodio de las uvas
Es otro de los sucesos importantes en el que se muestra la astucia, donde no existe castigo pero sí enseñanza. Aprendió que “debe saber un punto más que el diablo”. El ciego lo invita a comer uvas, con una condición que ambos lo hagan una por una. El ciego comienza a tomar de a dos y Lázaro en consecuencia de a tres. El amo reacciona e increpa a Lázaro que ha comido más, viéndose la avaricia del mismo, al tiempo que la astucia queda demostrada en el cómo descubrió la estafa de Lázaro. Es importante recordar que hay quienes consideran que el mismo fue puesto allí debido a su belleza estética sin responder a una función estrictamente literaria.
Episodio de la longaniza y el nabo
Cuando Lázaro descubre que no probará de este alimento tan preciado sino que su amo le encargó que vaya por vino, decide cambiarla por otro alimento similar en forma como un nabo. Este es presentado de forma antitética en relación a la longaniza ya que es: “pequeño, larguillo y ruinoso” y que debió ser dejado allí “por no ser para la olla”; no servía ni siquiera para el guisado. Lázaro siente que es “el demonio” quien lo lleva a realizar el cambio y lo expresa a través de la metáfora “Púsome el demonio el aparejo”, es decir el motivo. La culpa entonces no es de Lázaro pues solo pensó el engaño a partir de la presencia del nabo. Hace una mención al refrán, “la ocasión hace al ladrón”.El muchacho vive sintiendo hambre, por lo que frente al alimento siente un “apetito goloso”, que provoca la pérdida del temor “pospuesto todo el temor por cumplir el deseo”.
Se producen dos acciones paralelas, mientras el ciego saca el dinero para mandarlo por vino, Lázaro saca la longaniza. Al volver con el vino ya se ha comido a longaniza, es cuando el ciego al morder el nabo descubre el cambio y pide explicaciones a Lázaro, quien responde con un juego de palabras o como ya vimos en el episodio del jarro de vino, mintiendo con la verdad: “lacerado de mí” cómo podría haberle robado la longaniza si él no estaba. Vemos la astucia del ciego al utilizar otros de sus sentidos para descubrir el engaño, su olfato.
Se produce una escena grotesca en la que el ciego mete su nariz en la boca de Lázaro quien expresa por medio de una hipérbole la sensación que tiene frente a este hecho, “Se había aumentado un palmo”. Esto produce la “devolución” del alimento, la longaniza volvió a su “dueño”.
Se presenta posteriormente una reflexión recordando lo violento y cruel del castigo, se lo califica al ciego de “perverso”. Una vez más el castigo excede lo físico y se transforma en humillación social al contar a todos los que se acercan lo sucedido.
Por parte del ciego hay una reflexión sobre el vino, y su doble función en tanto poder curativo y destructivo. Asimismo se realiza una anticipación diciéndole que “bienaventurado será con vino”, ya que su oficio final, nos enteraremos en el Tratado VII es el de “pregonar los vinos que en esta ciudad se venden”.
Episodio del poste
Luego del episodio del jarro de vino Lázaro ha ido acumulando deseo de venganza pero como se mencionó anteriormente está esperando el momento adecuando. Este le llega un día de mucha lluvia, al anochecer el ciego le propone ir a la posada. El niño ve su posibilidad y le propone al ciego cruzar el arroyo por donde tenga menos caudal “estrecho”. El ciego se confía y de forma irónica, ante el consejo, le expresa el cariño que le tiene y que surge de ver lo inteligente que se ha vuelto: “Discreto eres por eso te quiero bien.”
Lázaro siente que esta es la oportunidad del engaño, la cual se presenta por medio de la metáfora “aparejo de mi deseo”; los elementos de la naturaleza le son cómplices y aparecen como un complemento de su interior.
Lo ubica en frente a un pilar o poste y le dice que allí podrá saltar sin peligro. Menciona “El triste se mojaba” observándose una anticipación del infeliz suceso para el ciego y cierto tono irónico dado que la treta fue totalmente intencional. La persona del plural en “la prisa que llevábamos” refiere a la del ciego por no mojarse y a la de Lázaro por salir del servicio del ciego y vengarse.
El diablo le había puesto la longaniza de aparejo y ahora será Dios quien vendrá a su ayuda ya que “le cegó el entendimiento “ al ciego, observándose una aceptación de la astucia superior de su amo a la cual solo puede vencer con poder divino. En este episodio se intercambian los roles del esquema burlador/burlado.
El salto del ciego, a ciegas de entendimiento, lo lleva a pegar contra el poste , la sensación auditiva “sonó tan recio” demuestra la fuerza del mismo y su consecuencia que el ciego cayera “medio muerto” y “hendida la cabeza”.
Las últimas palabras de Lázaro al ciego son una burla que apunta a la pérdida de la astucia “¿olisteis la longaniza y no el poste?”. La suerte del ciego de aquí en más no le importará y la frialdad nace a partir de su mísera vida y es característica del pícaro quien debe “valerse por si”.
Si bien este suceso final guarda simetría con el inicio de la vida de Lázaro como pícaro, es una respuesta psicológica al episodio del Jarro de Vino.